NÚMERO 31
AMOR Y ANARQUIA
ERRICO MALATESTA
AMOR Y ANARQUIA
ERRICO MALATESTA
Al principio puede parecer
extraño que la cuestión del amor y todas las que le son conexas preocupen mucho
a un gran número de hombres y de mujeres, mientras hay otros problemas más
urgentes, si no más importantes, que debieran acaparar toda la atención y toda
la actividad de los que buscan el modo de remediar los males que sufre la
humanidad.
Encontramos diariamente
gentes aplastadas bajo el peso de las instituciones actuales; gentes obligadas
a alimentarse malamente y amenazadas a cada instante de caer en la miseria más
profunda por falta de trabajo o a consecuencia de una enfermedad; gentes que se
hallan en la imposibilidad de criar convenientemente a sus hijos, que mueren a
menudo careciendo de los cuidados necesarios; gentes condenadas a pasar su vida
sin ser un solo dia dueñas de sí mismas, siempre a merced de los patronos o de
la policía; gentes para las cuales el derecho de tener una familia y el derecho
de amar es una ironía sangrienta y que, sin embargo, no aceptan los medios que
les proponemos para sustraerse a la esclavitud política y económica si antes no
sabemos explicarles de qué modo, en una sociedad libertaria, la necesidad de
amar hallará su satisfacción y de qué modo comprendemos la organización de la
familia. Y, naturalmente, esta preocupación se agranda y hace descuidar y hasta
despreciar los demás problemas en personas que tienen resuelto,
particularmente, el problema del hambre y que se hallan en situación normal de
poder satisfacer las necesidades más imperiosas porque viven en un ambiente de
bienestar relativo.
Este hecho se explica dado
el lugar inmenso que ocupa el amor en la vida moral y material del hombre,
puesto que en el hogar, en la familia, es donde el hombre gasta la mayor y
mejor parte de su vida. Y se explica también por una tendencia hacia el ideal
que arrebata al espíritu humano tan pronto como se abre a la conciencia.
Mientras el hombre sufre sin darse cuenta los sufrimientos, sin buscar el
remedio y sin rebelarse, vive semejante a los brutos, aceptando la vida tal
como la encuentra. Pero desde que comienza a pensar y a comprender que sus
males no se deben a insuperables fatalidades naturales, sino a causas humanas
que los hombres pueden destruir, experimenta en seguida una necesidad de
perfección y quiere, idealmente al menos, gozar de una sociedad en que reine la
armonía absoluta y en que el dolor haya desaparecido por completo y para
siempre.
Esta tendencia es muy útil,
ya que impulsa a marchar adelante, pero tambien se vuelve nociva si, con el
pretexto de que no se puede alcanzar la perfección y que es imposible suprimir
todos los peligros y defectos, nos aconseja descuidar las realizaciones
posibles para continuar en el estado actual.
Ahora bien, y digámoslo en
seguida, no tenemos ninguna solución para remediar los males que provienen del
amor, pues no se pueden destruir con reformas sociales, ni siquiera con un
cambio de costumbres. Están determinados por sentimientos profundos, podríamos
decir fisiológicos, del hombre y no son modificables, cuando lo son, sino por
una lenta evolución y de un modo que no podemos prever.
Queremos la libertad;
queremos que los hombres y las mujeres puedan amarse y unirse libremente sin
otro motivo que el amor, sin ninguna violencia legal, económica o física. Pero
la libertad, aun siendo la única solución que podemos y debemos ofrecer, no
resuelve radicalmente el problema, dado que el amor, para ser satisfecho, tiene
necesidad de dos libertades que concuerden y que a menudo no concuerdan de modo
alguno; y dado tambien que la libertad de hacer lo que se quiere es una frase
desprovista de sentido cuando no se sabe querer alguna cosa.
Es muy fácil decir: “Cuando
un hombre y una mujer se aman, se unen, y cuando dejan de amarse, se separan”.
Pero sería necesario, para que este principio se convirtiese en regla general y
segura de felicidad, que se amaran y cesaran de amarse ambos al mismo tiempo.
¿Y si uno ama y no es amado? ¿Y si mientras uno aún ama, el otro ya no le ama y
trata de satisfacer una nueva pasión? ¿Y si uno ama a un mismo tiempo varias
personas que no pueden adaptarse a esta promiscuidad?
“Yo soy feo - nos decía una
vez un amigo - ¿Qué haré si nadie quiere amarme?” La pregunta mueve a risa,
pero tambien nos deja entrever verdaderas tragedias.
Y otro, preocupado por el
mismo problema, nos decía: “Actualmente, si no encuentro el amor, lo compro,
aunque tenga que economizar mi pan. ¿Qué haré cuando no haya mujeres que se
vendan?” La pregunta es horrible, pues muestra el deseo de que haya seres
humanos obligados por el hambre a prostituirse; pero es también terrible... y
terriblemente humano. Algunos dicen que el remedio podría hallarse en la
abolición radical de la familia; la abolición de la pareja sexual más o menos
estable, reduciendo el amor al solo acto físico, o por mejor decir,
transformándolo, con la unión sexual como añadidura, en un sentimiento parecido
a la amistad, que reconozca la multiplicidad, la variedad, la contemporaneidad
de afectos. ¿Y los hijos?... Hijos de todos. ¿Puede ser abolida la familia? ¿Es
de desear que lo sea? Hagamos observar antes que nada que, a pesar del régimen
de opresión y de mentira que ha prevalecido y prevalece aún en la familia, ésta
ha sido y continua siendo el más grande factor de desarrollo humano, pues en la
familia es donde el hombre normal se sacrifica por el hombre y cumple el bien
por el bien, sin desear otra compensación que el amor de la compañera y de los
hijos. Pero, se nos dice, una vez eliminadas las cuestiones de intereses, todos
los hombres serán hermanos y se amarán mutuamente. Ciertamente, no se odiarán;
cierto que el sentimiento de simpatia y de solidaridad se desarrollaría mucho y
que el interés general de los hombres se convertiria en un factor importante en
la determinación de la conducta de cada uno. Pero esto no es aún el amor. Amar
a todo el mundo se parece mucho a no amar a nadie. Podemos, tal vez socorrer,
pero no podemos llorar todas las desgracias, pues nuestra vida se deslizaría
entera entre lagrimas y, sin embargo, el llanto de la simpatía es el consuelo
más dulce para un corazón que sufre. La estadística de las defunciones y de los
nacimientos puede ofrecernos datos interesantes para conocer las necesidades de
la sociedad; pero no dice nada a nuestros corazones. Nos es materialmente
imposible entristecernos por cada hombre que muere y regocijarnos por cada
nacimiento.
Y si no amamos a alguien
más vivamente que a los demas; si no hay un solo ser por el cual no estemos
particularmente dispuestos a sacrificarnos; si no conocemos otro amor que este
amor moderado, vago, casi teórico, que podemos sentir por todos, ¿no resultaría
la vida menos rica, menos fecunda, menos bella? ¿No se vería disminuida la
naturaleza humana en sus más bellos impulsos? ¿Acaso no nos veríamos privados
de los goces más profundos? ¿No seríamos más desgraciados? Por lo demas, el
amor es lo que es. Cuando se ama fuertemente se siente la necesidad del
contacto, de la posesión exclusiva del ser amado. Los celos, comprendidos en el
mejor sentido de la palabra, parecen formar y forman generalmente una sola cosa
con el amor. El hecho podrá ser lamentable, pero no puede cambiarse a voluntad,
ni siquiera a voluntad del que personalmente los sufre. Para nosotros el amor
es una pasión que engendra por sí misma tragedias. Estas tragedias no se
traducirían más, ciertamente, en actos violentos y brutales si el hombre
tuviese el sentimiento de respeto a la libertad ajena, si tuviese bastante
imperio sobre sí mismo para comprender que no se remedia un mal con otro mayor,
y si la opinión pública no fuese, como hoy, tan indulgente con los crimenes
pasionales; pero las tragedias no serían por esto menos dolorosas. Mientras los
hombres tengan los sentimientos que tienen - y un cambio en el regimen
económico y político de la sociedad no nos parece suficiente para modificarlos
por entero - el amor producirá al mismo tiempo que grandes alegrías, grandes
dolores. Se podrá disminuirlos o atenuarlos, con la eliminación de todas las
causas que pueden ser eliminadas, pero su destrucción completa es imposible.
¿Es ésta una razon para no aceptar nuestras ideas y querer permanecer en el
estado actual? Así se obraría como aquel que no pudiendo comprarse vestidos
lujosos prefiriese ir desnudo, o que no pudiendo comer perdices todos los días
renunciase al pan, o como un médico que, dada la impotencia de la ciencia
actual ante ciertas enfermedades, se negase a curar las que son curables.
Eliminemos la explotación
del hombre por el hombre, combatamos la pretensión brutal del macho que se cree
dueño de la hembra, combatamos los prejuicios religiosos, sociales y sexuales,
aseguremos a todos, hombres, mujeres y niños, el bienestar y la libertad,
propaguemos la instrucción y entonces podremos regocijarnos con razón si no
quedan más males que los del amor. En todo caso, los desgraciados en amor
podrán procurarse otros goces, pues no sucederá como hoy, en que el amor y el
alcohol constituyen los únicos consuelos de la mayor parte de la humanidad.
Errico Malatesta (1853-1932)
Tomado del libro “Socialismo y Anarquía